jueves, 2 de julio de 2009

TIEMPO

Era un hombre de mirada cristalina y sonrisa amplia. Despreocupado y dueño de talento, lograba aislarse y observar la vida de manera detenida. Pintor de sueños y fantasías, amigo de la literatura y del alcohol, tenía el anhelo de algún día lograr ser feliz o simplemente vivir del modo que siempre había deseado. Entre copas y cigarrillos, inventaba mundos extraordinarios, tanto en lienzo como en papel. También escribía sin pudor y disfrutaba del simple instante de una cena. Cada comida era un momento oportuno para el goce de las sensaciones que otorgan los sabores. Y así como amaba saciar sus necesidades básicas, se entregaba sin freno a la pasión, añorando algún día enamorarse.
En el cuello de aquella mujer, logró que el tiempo se detuviera e hizo del encuentro de las manos con la piel el más preciado momento.
Era un hombre sencillo, del cual ella un día, sin darse cuenta, se enamoró.
Ella vestía formal y le jugaba carreras al tiempo. Deseaba vivir un año en un sólo día, siguiendo el rumbo deseado por sus padres, entre pasatiempos y obligaciones vacías y necias. Con el anhelo de convertirse en una importante empresaria, olvidó que hacía un tiempo había solido ser artista. Todos le habían dicho que tenía talento, pero ella sentía que lo había perdido entre computadoras y la locura de la gran ciudad. A veces escribía y jugaba a ser periodista. Soñaba con un mundo mejor, pero no hacía nada para solucionar la realidad.
Ella y él, racionalidad y espíritu, transitaron juntos noches de alcohol y besos. Para ambos el mundo desaparecía en el momento en que dejaban de pensar en todo lo que los separaba. Se perdieron entre sudor y alcohol, sin notar que las horas de aquellas madrugadas de viernes pasaban sin pedir permiso.
Cuando el sol asomaba venía el adiós, el beso y el “espero con ansiedad”. Pasaron tres noches de piel y tres semanas de palpitaciones cruzadas. Un día el destino quiso que nunca más volvieran a verse.
Ella aún pretende ser feliz, entre el sentimiento de vacío que llena su alma. Algunas noches piensa en él, volviendo a sentir labios cálidos en su cuello. Él también piensa en ella en noches esporádicas y con algunos óleos la inmortalizó.
Ninguno de los dos logra comprender que sucedió aquella noche de marzo en que las pupilas se dijeron adiós.

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