jueves, 2 de julio de 2009

LA TURRA DE EMMA ZUNZ

- No recuerdo bien quién era el joven que me lo contó, porque fue hace tiempo, cuando yo todavía estaba en servicio. Me llamó por teléfono y me dijo que sabía la verdad del caso Emma Zunz.
- Pobre mujer…
- ¿Pobre? Era una turra, lo planificó todo de manera perfecta. Servime un poco más de vino.
- No me parece bien, ya tomaste demasiado.
- ¡Servime más, te digo!
El hombre de sombrero gris llenó el vaso del viejo. Ya había caído la noche y el mozo esperaba que se fueran los últimos clientes.
- Me contó que Emma Zunz tenía algo pendiente con Loewenthal, el dueño de la fábrica. Sospecho que se trataba de una venganza. Su padre sabía que él era el culpable del robo y se lo dijo a la joven en una oportunidad. Ella se calló durante seis años y siguió trabajando para él.
- ¿Nunca le dijo nada a nadie?
- No sé. Pero cuando se padre se suicidó, ella decidió matar a Loewenthal. Y planificó todo para quedar como víctima de una violación. Una verdadera turra resultó ser.
El viejo se quedó callado mirando el fondo del vaso que ya estaba vacío.
- ¡Dale, servime más vino!
- No me parece bien que sigas tomando así. Además el bar está por cerrar.
- ¡A mi que me importa! ¡El cliente siempre tiene razón!- gritó el viejo mientras golpeaba el vaso sobre la mesa.
El joven le hizo señas al mozo para que trajera una nueva botella. Después de pagar, la descorchó y llenó el vaso de su amigo, que no sacaba la mirada del líquido que caía. Luego el viejo prosiguió su relato.
- Un sábado llamó a Loewenthal y le dijo que le daría información sobre la huelga que estaban organizando las otras obreras de la fábrica de tejido. Le dijo que pasaría por su escritorio al anochecer.
-¿Cómo supo todo eso el joven que te informó la verdad?
- Eso no se dice. Es información confidencial. Pero tenía una relación con Emma Zunz. No sé si un romance, porque ella siempre andaba sola, nunca se le conoció un hombre. Eso hizo más creíble su relato. Porque antes de ir a ver Loewenthal a la fábrica, fue al puerto, entró a un bar y eligió a un marinero de una embarcación que estaba por zarpar. ¡Todo estaba tan planificado! Usó al marinero para que dejara sus rastros en ella. Él después se fue y nunca más regresó.
- ¿Por qué nunca dijiste que sabías todo esto?
- Porque nadie me hubiese creído. Ella era una víctima para la sociedad y Loewenthal un abusador y un codicioso. Preferí dejarlo así. Él ya estaba muerto y no tenía familiares que buscasen justicia. ¡Servime más vino!
- No, ya estás hablando con la lengua trabada y quiero que termines de contarme la historia sin olvidar detalles.
- Si no me servís, no sigo.
El joven optó por llenar el vaso nuevamente. Su compañero estaba apoyado contra el ventanal que daba a la avenida, con los ojos entrecerrados.
- Después de usar al marinero, fue a la fábrica y Loewenthal la hizo pasar a su escritorio. Ahí mismo lo mató de tres balazos en el pecho. En el lugar encontraron vidrios rotos y el diván desacomodado. Todo indicaba un abuso deshonesto. Le salió bien a la turrita que confesó violación y homicidio en defensa propia. En las mujeres no hay que confiar.
- Fue el crimen perfecto.
- Sí, nunca se supo la verdad.
El viejo se quedó en silencio con la cabeza apoyada en su brazo derecho. Su amigo se levantó, lo ayudó a ponerse de pie y salieron juntos del bar. Con paso lento se alejaron por la avenida.

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