jueves, 2 de julio de 2009

FELICIDAD

Ese día sintió la brisa mañanera en su rostro por primera vez. No es que nunca había pasado por una experiencia semejante, pero en esta oportunidad le prestó atención. Desde que tenía conciencia su vida había transcurrido entre el tránsito de las avenidas y los ruidos de la fábrica. La cadena de producción lo había convertido en una pieza más del proceso, en un eslabón fácilmente reemplazable. Y él se había adaptado a ese papel de manera natural, sin ni siquiera pensar en que su vida podía ser diferente. No había prestado nunca atención a sus deseos internos. Disfrutar era una actividad para el tiempo libre, pero éste escaseaba en su rutina. Las necesarias horas extras lo habían consumido y lucía flaco y pálido. Nunca se había dado la oportunidad de dar rienda suelta a su potencial, de observar si contaba o no con algún don creativo. No sabía si le gustaba la música, la pintura o la poesía. No había bailado nunca, tampoco sabía si podía entonar una melodía sin desafinar. Quizás si en algún momento de su pasado hubiera tenido la oportunidad de ponerse a prueba, lo habría sabido. Pero no fue así y cayó preso de la vida sin sentido y sin gustos.
Pero aquella mañana en que la conoció, las cosas fueron diferentes. Ella entró apurada por el pasillo principal, con aquel paso firme de tacones y la seguridad de las mujeres que visten minifalda. En un principio él ni se percató de su presencia porque, como siempre, sólo prestaba atención al encastramiento de las piezas que debía armar. En la velocidad de sus pasos y a causa de su mirada altiva, ella no vio las cajas de cartón que había delante de su paso y tropezó con ellas. Al caer, golpeó con sus manos la pieza que el manipulaba y así llamó la atención de sus ojos, que miraron directo a esas pupilas oscuras que él nunca más pudo olvidar. Ella se levantó rápidamente, con la intensión de disimular que había errado en algo, que no todo le salía bien. Enojada consigo misma, ni siquiera le pidió perdón y, nerviosa, continuó caminando, con aquel paso firme que causaba estruendos en todo el pabellón.
Ella inmediatamente lo olvidó. Nunca supo su nombre, ni se percató en su aroma, ni en las ojeras que formaban surcos debajo de los ojos cansados. Pero para él ese encuentro de miradas resultó tan mágico y significativo, que a partir de ese instante pudo darse cuenta que podía existir algo diferente en su rutina, que logre hacerlo vibrar. Y ese día, durante esa mañana, se sintió feliz. Al salir a la avenida, luego de una noche que había transcurrido entre maquinas y sudor, sintió la brisa mañanera en su rostro por primera vez.

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